¿Quién, en mi, soy Yo?

Olga Saenz-Carbonell
4 min readJun 4, 2018

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Una noche de éstas me di cuenta: Mi vida no es extraordinaria, ni yo tampoco.

Soy una mujer, nacida en el país correcto, en la familia correcta, la clase social correcta, hablo el idioma correcto, tengo el color de piel correcto y además, mi preferencia sexual es la correcta. No hay absolutamente nada de especial en mi… Ni siquiera de inusual.

Y, sin embargo, he logrado, durante cincuenta y tres años (Casi) convencerme a mi misma y, tal vez, a quienes me rodean de que mi vida ha sido una historia épica, y yo la sufrida, valiente y fuerte heroína de la historia.

Si les hubiera contado mi historia hace un año, o una década, les hubiera hablado sin problemas y de modo histriónico sin duda, de una niña no deseada, nacida en un hogar de clase media alta a quién sus hermanos agradieron continuamente y a quiénes sus padres abandonaron afectivamente.

Les hubiese escrito sobre una adolescencia depresiva con una máscara de comedia y diarios que decían cada tres palabras “Me quiero matar”. También les hubiera hablado de la jóven hermosa que fui, creyéndome siempre fea y absurda. Les hubiera dicho sin duda que tuve una vida sexual promiscua, que hice drogas y que en medio de una confusión terrible quedé embarazada soltera. Que no quise casarme. Que vi familiares cruzar la calle al verme venir. Que el escándalo me persiguió como una rémora. Y que le di la cara y el pecho a todas las balas.

Les hubiese relatado que tuve mas hijos soltera, que el dolor me hacía ir a la destrucción como una palomilla al fuego; que me casé con un hombre con quién tuve otros dos hijos y de quién me divorcié entre el miedo y el alivio.

Y luego por supuesto los amantes consecuentes, el que estaba casado y quién convirtió a la esposa en la querida cuando se vino a vivir conmigo; el que se daba topetazos contra las paredes para no pegarme, y claro. Está él.

El que duró diez años en escaparse de mi amor, el que nunca me dijo la verdad… “El me mintió, él me mintió… El me dijo que me amaba y no era verdad”. (¡Ja!)

El que un día dijo que iba a llamar y no llamó nunca más.

Les hubiera contado que perdí mi herencia, mi casa, mi carro, mi amor por lo que hacía, mi cuerpo, mi salud y mi fe.

Me enfermé, me engordé (Cien libras), me agoté.

Me deprimí.

Y sin embargo, esa historia que cuento como quién relata la historia del pueblo de Israel en un párrafo, es falsa, aunque viví cada uno de los eventos que ahí relato.

Mi dramática historia épica, lo único que tiene épico es mi imaginación.

Una imaginación impresionante en su capacidad, creativa hasta lo sorprendente pero que puede ser perversa hasta la tortura.

Porque yo he tenido una vida muy bonita y relativamente simple y me la he complicado fenomenalmente para hacerla “algo digno de ser vivido”.

Ahora, ¿Porqué he decidido exponer una historia tan ordinaria a éste medio?

Porque creo que todas las personas que conozco, en la vida bohemia y burguesa que llevo, se han relatado a si mismas fantasías impresionantes para creer que sus vidas son extraordinarias. Porque es un común denominador casi inherente a la condición humana.

Y entonces, alguien que se haya leído la mitad de los libros de auto ayuda que yo me he leído me dirá, casi a grito pelado “Todos somos extraordinarios”.

Y éso, también es cierto.

Si, soy extraordinaria. Pero no necesito una historia extraordinaria para serlo. Y, exactamente ahí está el punto. No necesitamos historias extraordinarias para ser, de todos modos, impresionantes.

¡Y es que es vacilón!

Ni siquiera sabemos qué somos en realidad. No nos vemos y no nos conocemos. Hay un yo ahi adentro que vive y permanece impasible ante todo lo que nos contamos que nos pasa.

El Yo que somos en realidad, en nuestra moderna vida occidental es un desconocido que no sabemos que está ahi.

Lo más curioso de nuestra ignorancia de quiénes somos en realidad, es que creemos en todo lo que percibimos. “Si es visible, tocable, medible, existe”. Y sin embargo, la única, verdaderamente absoluta certeza que yo tengo es que yo existo.

Soy, estoy acá, y sin embargo, si trato, no me logro percibir… Sólo puedo vivirme. Esa es la única certeza. Estoy acá, viva.

Y ésa es la primera realidad que descartamos en la teoría científica de lo que es el hombre.

Lo único que sabemos con certeza y es lo único en lo que no creemos.

Es una paradoja tan interesante como absurda. Y sin embargo, conozco muy poca gente personalmente que saben, con absoluta certeza, que existen ahí adentro, en un Yo permanente, sin tiempo, sin espacio, sin estímulos ni escapes. Eterno e inmutable.

Mi tema entonces, será acá: ¿Qué soy? Y, más allá pero igualmente trascendente: ¿Cómo llego a mi?

Parecería que hay que hacer un viaje, y si. Para dentro. Pero de éso hablaré en mi próximo post. (Para no enredar los cables del tinglado).

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