El Covid-19, este punto de quiebre
El Covid-19 ha sido un punto de quiebre que a muchos nos dejó en tres situaciones impensables aisladamente, ni hablar de simultáneos. Encerrados, dependientes y asustados. Inevitablemente le abrimos la puerta a la depresión.
Viernes 6 de Marzo, 2020. En Costa Rica sale a la luz el primer caso de COVID-19. Al día siguiente al abrir el correo me encontré la inevitable suspensión de contrato de uno de mis clientes. Diez días después me despedía del último.
El día anterior de que saliera el primer caso en Costa Rica y este alud de eventos inesperados, estaba con mi hijo, planeando ir a Chiapas por varios días al corte de la quincena. Para el 20 estaba tomando un avión casi vacío que venía para mi país. Cabizbaja y enojada, retornaba del viaje de mi vida para quedarme, a huevo, encerrada por quince días.
Mi hijo Carlos (Charlie) y su esposa Tannia me darían posada por el tiempo que fuera necesario.
A partir de ése momento, mi habitación y el balcón del cuarto piso del Edificio Solera Bennett se convirtieron en mi habitat. Un cuartito chiquititico, pero muy agradable, con campo solo para una cama individual y un escritorio, y con una buena ventana desde la que podía ver un resquicio de la Cordillera Volcánica Central, al fondo de edificios y techos de zinc.
Desde el balcón, podía ver parte del Morazán, y del ecosistema que vive ahí, hoy, que los tiempos del Covid lo mantienen cerrado a la presencia humana.
Por otra parte, en la vida nunca he logrado ahorrar. No es algo de lo que me sienta particularmente orgullosa, pero es lo que es. (Y no voy a hacer ni un caso, ni discusión sobre el asunto: Sé que es importante. y llevo 55 años tratando de cambiarlo… Hasta ahi llego con éso).
El punto es que lo que tenía de fondo en mi cuenta era muy poco e hizo falta al llegar.
¡Y bueh! Tengo condiciones de riesgo. A pesar de ser y haber sido muy saludable toda la vida, en ésta curva que nos está tirando la vida soy población vulnerable.
Y, como todo mundo, casi siempre quiero seguir viva hasta donde alcance.
¿Qué quedaba pues? Si, encerrarme voluntariamente.
Y ahí quedo, en tres situaciones impensables aisladamente, ni hablar de simultáneos.
Estoy encerrada, dependiente al 100% de mis hijos y asustada permanentemente.
Sé que no soy la única. Es más creo que de mis amigos y colegas, habrán muchos en ésta situación al día de hoy. Por eso estoy escribiendo esto.
Porque en serio creo que hay mucha gente metida en la noche oscura del alma que nos trajo el Covid-19.
La Depresión, de nuevo acá.
En la nota de suicidio de alguna poetisa conocida explicaba que el dolor estaba de nuevo ahí, y ya no podía más con él.
La depresión es un trastorno mental. Una enfermedad. Se te zafa un tornillo bioquímico y no querés estar vivo. Ha estado en la humanidad desde tiempos fabulosamente antiguos. La sufrieron bichos enormes como Alejandro, Van Gogh y Shakespeare y la pasamos bichos diminutos que desaparecemos en el tiempo.
No tiene etnia, ni historia. No se necesita haber sido abusado sexualmente, ni tener traumas de guerra, ni de violencia. El dinero no la evita, ni el privilegio, ni la fama, ni tener buen humor, ni ser brillante, ni ser tonto. No se necesita nada. Es una desafortunada lotería que algunos conocemos muy bien, y otros no tanto.
Como un dementor que te besa incesantemente, quedás sin ganas. La vida, en toda su belleza, en serio que deja de gustarte.
Todo te agota, nada te mueve.
El suicidio es una fantasía muy constante cuando estás deprimido. Ves los obituarios y pensás: “A ver quiénes fueron los afortunados del día”.
No es algo voluntario… Entendamos que no es bonita. Podés pensar que es mucho drama y culpabilizarte (Yo lo he hecho por décadas). No está bien condenarse a uno mismo por estar hecho polvo.
Hay que comenzar por aceptarla, reconocerla y comenzar a verla en serio. Porque te puede matar.
Hay mucho, mucho dolor emocional que es casí físico. El pecho a veces se te parte con la sensación.
Y es éso: una puta sensación. Nada más y nada menos
No voy a entrar en mi historia, llena de episodios muy oscuros, personales e íntimos. Esto no es un Yo. Esto es un SOMOS NOSOTROS.
Así, a gritos, porque habemos muchos en ésa cueva llena de imagenes tristes, violentas y tremendas. Muchos que hemos buscado, a veces con mucho éxito, formas de no entrar ahi, o de salir para siempre.
Yo lo había logrado. mi viaje a la cabaña de Heredia fue el epílogo de una de ésas en que pasás por la vida como aturdido, anestesiado por el correr diario.
En San José de la Montaña entré en Paz. Con el apoyo impresionante de mi terapeuta y mucha perseverancia, con mi idea de Dios por un lado, mis hijos y mis amigos por el otro, el Curso de Milagros y docenas de películas y piezas de música hermosa y muchas horas de meditación en soledad, entre en Paz. Conmigo y con la Vida.
Y cuando por fin, decidí que ya no me quería morir y que, realmente vivir me parecía genial, regalé prácticamente todas mis posesiones, abrí las alas y me fui para México.
Todo iba bien. Hasta que, apareció el COVID-19.
Al principio, todo bien. Hacía Curso con varias amigas que me servían de apoyo constante, y mis hijos me daban muchísimo Amor, pero me fui apagando.
Pasé muchas horas sentada en el balcón del apartamento, viendo al vacío, desconcertada, furiosa con todo, haciendo planes para los que creía que tenía fuerzas pero que al tomar vuelo caían casi de inmediato.
Trataba de ayudar en el apartamento, de mantener limpio, de lavar los platos, barrer y limpiar. Pintaba, escribía, mandé curriculums, hice correos de mercadeo hacia industrias de las que no sé nada de nada.
No sabía si quería irme o no del refugio de la casa de Charlie y Tannia y, por otra parte me mataba cada día que le tenía que pedir plata para mis gastos básicos.
Me sentía estorbando, carga y molestia; Mis hijos nunca hicieron nada para que me sintiera menos bienvenida y amada. Nunca hubo una exclusión más que la voluntaria. Sólo yo me castigaba por sentirme dependiente e inútil.
En mi naturaleza inquieta e hiper-creativa, sentía que el encierro me ahogaba por ratos, pero el miedo a enfermarme y que mis hijos tuvieran que cargar también con éso, prefería quedarme ahí, viendo a San José pasar, cuatro pisos más abajo.
Hasta que, hace como quince días, la situación se volvió insostenible. Charlie me habló y de alguna manera me despabiló. “No puedo evitar estar acá. Hoy. Pero ¿Por cuánto tiempo más iba a quedarme ahí, sentada, preguntándome qué hacer sin hacer nada realmente?
Me enojé mucho, lloré muchísimo. Mandé a la mierda al Curso, a Dios, y a todo mundo. Pensé por varios días que lo mejor hubiera sido contagiarme y dejar que esta vaina me llevara. Y luego, después de una oscurísima noche la actitud cambió.
Gracias a la idea de un par de amigos, hice la rifa. Me puse a trabajar en proyectos que estaban puestos a un lado y llamé a mi hermano Gustavo León para responderle que si, que iba a meterme con el en lo de las clases de inglés.
Todo sucedió en menos de tres días a partir de ése momento en que otra forma de ver esto cobró vida.
Los hijos se reunieron preocupados por lo que me pasaba y me propusieron irme a Monteverde, un lugar sin casos y bañado de naturaleza en el que después de una obvia cuarentena, podría salir a caminar y estar libre.
Entró el dinero de a poquitos. Una décima parte de lo que ganaba antes del Covid-19. Pero todo bien, comenzar de nuevo desde cero nunca me ha costado demasiado.
Acepté venirme para Monteverde. Un lugar diminuto pero rodeado de naturaleza 360° y en el que, por la situación, estoy absolutamente sola.
Llegué antier en la noche. Tengo menos de 48 horas acá, y, aunque la sensación sigue anidada en el pecho, la Paz que me llega desde el bosque está aliviándolo todo.
No. No se trata de un cuento que tiene un final feliz. Si fuera así no serviría para nada.
Es que creo que puedo derivar algunas lecciones de ésta vaina:
- Está bien dejarme querer, cuidar y chinear.
- Somos interdependientes. Todos dependemos de algo o alguien en algún momento. Lo que damos y lo que recibimos es Amor, y el Amor fluye incesantemente. “Yo” siempre es inevitablemente es “nosotros”.
- Creerme completamente independiente e invulnerable en ésa independencia fue una muestra de lamentable arrogancia que la Vida se encargó de quitarme a güevazos.
- Hacer del auto-conocimiento un camino y una meta es algo muy útil a corto, mediano y largo plazo. (Esto me llevó a reconocer que si estoy en soledad y en naturaleza, siempre estoy mejor. Pero todos tenemos formas distintas de sanar).
- Prefiero mil veces cerrar la tumba de Neoescritores, mi pequeña empresa, que ver una lápida con el nombre de cualquiera de mis hijos, o el mío propio.
- No puedo salvar a nadie cuando yo estoy en hueco. Les pido una disculpa a todos los amigos a los que he ignorado.
- Turismo es mi amor, mi industria, mi trabajo y una profunda pasión. Pero no es lo único que existe que me pueda proveer una forma de ganarme la vida sin tener un jefe, un horario y una rutina. (Y, si, es más fácil tenerlos, pero ya sé que no lo logro).
- El amor de la familia y los amigos es guía y escudo para casi todo. Excepto, contra uno mismo. Nadie te puede sacar de donde estas si no querés -o creés que no podés- salir.
- Creer en un caprichoso hombre en el cielo que solo me protege cuando soy buena, no me sirvió nunca de mucho, a mi, eterna oveja negra. Pero saber que hay un Misterio Interno que no es ilusorio, y que de alguna manera está interconectado con todo, me da una profunda Paz.
- Hay mucha más gente de la que imagino que es solidaria y buena nota.
- Cuando estoy deprimida, no necesito enemigos, conmigo misma sobra y basta. Soy mi propia enemiga, crítica e implacable.
- Mientras estoy escribiendo esto me doy cuenta que apenas empieza a amanecer pero aún no estoy bien. Y reconocer eso está también bien. Me toca estar conmigo por un tiempito, para volver a sanar.
- Soy fuerte como un guayacán real, cuando decido verme de ésa manera. Pero, especialmente tengo que aceptarme, cuidarme y amarme cuando me siento como una brizna de zacate en el fondo de un pozo.
- Darle en administración el poco dinero que tengo a alguien que sabe administrarlo puede ser una decisión sabia (Aunque no sea nada fácil).
- Soy muy amada. Reconocer en los actos de la gente el Amor, es una responsabilidad que tengo, diaria, conmigo misma.
Supongo que tendré mucho más que aprender, pero estar en contacto con el bosque me sana más de lo que jamás ningún anti-depresivo lo ha hecho nunca.
Ahora, en este retiro sanador y voluntario en que me encuentro, creo que estoy en franca recuperación. Todavía me falta, pero sé que voy a salir adelante, como lo he hecho siempre, desde la primera vez que esto me pasó, cuando todavía era pre-adolescente.
Al final, como todos los seres humanos, soy una superviviente.
Gracias mil por leerme.
¡Una última cosa! Quiero agradecer de todo corazón a Charlie y Tannia por los tres meses bajo su techo. Me sentí amada y aceptada todo el tiempo. En serio gracias por tantísimo Amor. Y a todos mis hijos y a los amigos que se enteraron, por estar ahí, incondicionales.
Una nota importante para terminar éste inevitable testimonio: No me voy a suicidar. Nunca. Sencillamente porque amo y soy amada y no podría dejar tras de mi esa ola de culpa y amargura como testamento y herencia.