2020, el año en que aprendí pertenencia
¿Cómo no ser redundante con el tema del 2020?
Este año ha representado lo jodido, lo incierto, lo masivo, lo atemorizante, lo triste, lo solidario, lo bondadoso, lo magnífico, lo bajo, lo sublime y lo más asqueante, todo junto, en un cocktail que tomamos segundo a segundo.
Nos ha generado emociones colectivas que no entendemos del todo. Nos ha causado transformaciones personales que aún no podemos ver, porque la semilla apenas está naciendo.
Y como está de moda hacer listas y sé que a todos nos gustan… o a casi todos, me voy por ahí. A ver — — cosas que aprendí este año:
- Aprendí que el dinero es un ídolo bonito pero no puede ser hecho un dios nunca más.
- Aprendí que la paz no necesita de la comodidad para ser y estar.
- Aprendí que con poco dinero se vive bien.
- Aprendí cuántas cosas no necesito.
- Aprendí que, en serio, la mayoría de los seres humanos somos bastante decentes.
- Aprendí que la presencia y el cariño no dependen de lo físico para estar ahi y hacerse sentir.
Pero sobretodo, sobre cualquier otra cosa, éste año me enseño el profundo y sorprendente valor de pertenecer.
Porque a pesar de haber amado y sido amada profundamente, he sido rabiosamente independiente toda la vida. Rebelde con y sin causa. Solitaria inevitablemente. Y nómada además.
Y en medio de ser madre de 5+, de ser buena amiga de mis amigos, de creer en causas y de adoptar gente por raticos, muy frecuentemente, me sacudo, y -diría Clarissa Pinkola- la loba salta, aúlla y se pierde en sus bosques personales sólo para estar sola, nada más eso. Por el gusto de mi propia compañía.
Y, consecuentemente nunca he sido gregaria, con frecuencia a pesar mío.
Pertenecer es un verbo que en serio creía ajeno, hasta que llegó el 2020 y me enseñó que, inevitablemente pertenecemos a todos los que amamos y nos aman. Pertenecemos voluntariamente, sonrientemente, generosamente. Pertenecemos furiosos, rabiosos, envidiosos, rencorosos, enojados, autocompasivos.
Pero pertenecemos al Amor que nos habita, sin duda.
Y la pertenencia este año se ha lucido como una de las luces más altas y brillantes en un tiempo ciertamente oscuro.
No importa si tu pertenencia es de sangre o no. El Amor toma la forma que le da la gana.
No importa si le pertenecés a un pececito, cuatro gatos, una mamá necia, un hermano odioso, o una amiga que a veces no llama. No importa si le pertenecés a una familia de 8 entre hijos, nueros y yernas, y no importa si a lo único que perteneces es a vos mismo, porque creés que estás profundamente solo.
Pertenecés al Amor que te habita.
El rollo de pertenecer es que dejás de ser uno para convertirte en todo lo que amás. Inexorablemente te preocupás, vigilás, alertás. Te duele lo que sea que le pase a lo que amás, y también, inevitablemente a lo que te ama le duele lo que te pase.
Este año ha sido un año de bajar la cabeza, pero, de alguna manera, con la frente en alto. Fue el año en que me permití ser amada y cuidada.
Ha sido el año de ser solidarios con lo que sea que se pueda cuando se pueda. A veces a gritos, a veces en secreto.
Para muchos de nosotros 2020 fue el año en que nos dimos cuenta de que pertenecemos a lo que nos encanta y cuando turismo se desvaneció frente a nuestros ojos, aprendimos a valorar “la industria de la experiencia” a la que hemos pertenecido siempre.
Y también aprendimos que podemos pertenecer a otras cosas, que podemos aprender a ser profesores de lenguas modernas, panaderos, pizzeros, artesanos, cocineros y otro montón de cosas. Y nos adaptamos a la experiencia y la volvemos nuestra también.
Abrazar la pertenencia de pies a cabeza es darnos cuenta cabal de que. en serio, “yo soy nosotros”.
Y cuando te cuidás, no sólo te cuidás a vos. Cuidás a todo lo que pertenecés y te pertenece.
La familia desde donde yo la veo, es y siempre ha sido el grupo de gente a quiénes amás y que te aman incondicionalmente. No es más que eso. No es menos.
A veces incluye la sangre, la crianza o los genes, pero con frecuencia no. Su única condición es el amor incondicional, ese que dice “Hoy me caés remal, pero si me necesitás, acá estoy”. El que dice: “No estoy de acuerdo, o no entiendo lo que hacés, pero si me necesitás acá estoy”.
Y con alguna frecuencia es sólo el resplandor detrás de una puerta que creemos cerrada, pero que, igual dice: “Si me necesitás, acá estoy”.
Es la red de apoyo que te amortigua cuando te caés, y los que soplan tus alas cuando volás.
Hoy celebramos en Occidente el nacimiento de lo alto en nosotros. Sea el cumpleaños de Jesús o el de Zoroastro, sea el nacimiento de Apolo o sólo de la idea de que cada día va a haber más y más luz.
La forma nunca tiene importancia. Pero cuidarse/nos si. Porque merecemos seguir viviendo bonito, porque hay mucho Amor que encontrar ahi afuera y porque enfermarse ahora ¡Puñeta! ¡Es ahogarse en la orilla!
Cuidémonos, cuidemos a los que nos aman y amamos. No tomemos riesgos que no hacen falta.
Pertenecemos a lo que amamos, no estamos solos. Mantengamos éso siempre como el faro que nos guía y nos protege. Más allá de cualquier creencia o forma de ver la vida, inevitablemente, pertenecés.
En una nota especial y personalizada:
Agradezco infinitamente la presencia solidaria, generosa y amorosa de mi familia. Agradezco que se hayan puesto en cuarentena para celebrar navidad juntos en la fecha en la que se podía. Agradezco que se cuiden y me cuiden. Agradezco el apoyo que se dan entre ustedes, porque sé que la gente que amo nunca estará sola. Agradezco muchísimo que estén ahí siempre que los he necesitado.
Y agradezco a la familia que he elegido, mis hermanos y hermanas más allá de los genes, su vital presencia a lo largo de éste año. Las discusiones, las risas, el estudio, el comentario en el whatsapp… En serio, la vida merece ser vivida con ustedes en ella.
No nos ahoguemos en la orilla. No tiene mucho sentido. ¡Cuidense! ¡Se les ama infinitamente!